¿Qué viene después de las redes sociales?

Hace rato que las redes sociales son los malos de una serie que nunca termina, como el scroll infinito que recorremos con el dedo. Son un personaje siniestro en el sentido en que lo usaba Freud, para nombrar lo familiar que es a la vez terrorífico. Nada más familiar que entrar a Instagram, X o […]

Hace rato que las redes sociales son los malos de una serie que nunca termina, como el scroll infinito que recorremos con el dedo. Son un personaje siniestro en el sentido en que lo usaba Freud, para nombrar lo familiar que es a la vez terrorífico.

Nada más familiar que entrar a Instagram, X o TikTok. Lo hacemos sin pensar, como parte de la rutina, como cepillarse los dientes pero sin combatir la placa bacteriana. Una vez adentro, nos encontramos con posteos de amigos, intercalados con las fotos retocadas de Kate Middleton, las poses sexuales –falsas– de Taylor Swift, publicidades sobre cosas que buscamos y en general ya compramos, o que nos atrapan con su urgencia “llame ya”, los exabruptos, los chistes tontos, las comidas ricas y los comentarios gracioso e inteligentes con links que guardamos para después pero nunca leemos.

El próximo episodio de esta saga ya empezó y se llama inteligencia artificial. No se trata solo de los contenidos falsos, se trata del contenido a secas. Millones de contenidos que nos pueden terminar de inundar. Una búsqueda laboral reciente de una empresa de medios pedía un “editor de IA” que pudiera producir “entre 200 y 250 artículos por semana”. ¿Qué pasará cuando todo lo que recibimos se multiplique por mil, y ni siquiera sepamos si hay un humano atrás de cada posteo?

Hace un par de semanas YouTube hizo un cambio en el formulario para subir videos a la plataforma. Son tres preguntas bajo el título “contenido alterado”: “¿Tu contenido hace que una persona real parezca decir o hacer algo que no hizo? ¿Altera grabaciones de un evento o lugar real? ¿Genera una escena que se ve real aunque nunca ocurrió?”

Los youtubers pueden responder sí o no. Es como esos formularios de migración que preguntan si sos traficante de órganos: ¿alguien habrá puesto que sí alguna vez?

En su carta pública de hace casi un año, Yuval Harari quiso alertar sobre nuestras dificultad para regular la IA y usó como ejemplo las redes sociales: en esa batalla ya perdimos, dijo, por qué pensar que ganaremos la próxima.

¿Por qué las redes ganaron? O dicho de otra manera, ¿por qué a pesar de todo seguimos ahí? La respuesta –probablemente– está en el modelo de negocio. Las redes son rentables en tanto logran capturar nuestra atención y venderla a los auspiciantes. Igual que la vieja TV. Solo que en el entorno digital las maneras de atraparnos –darle recompensas rápidas a nuestro cerebro, ofrecernos distracción, decirnos justo lo que queremos escuchar– es mucho más fácil, y por lo tanto más efectivas.

De manera que las redes tal vez cambien cuando alguien encuentre un modelo de negocio alternativo. Hay varios intentos en curso. Un ejemplo es Mastodon, una red social descentralizada donde cada grupo puede darse sus propias reglas de moderación.

Es promisoria pero compleja de usar, por ahora restringida a un nicho. Otro caso es Post, una app –basada en tecnología web3– cuyos usuarios reciben noticias de los medios que elijan y pueden pagarlos con tokens, haciendo una curaduría propia del contenido. Y está también ActivityPub, un antiguo protocolo de internet que permite a cada usuario ser dueño de su contenido y sus seguidores, para llevarlos a cualquier plataforma. El año pasado recibió un espaldarazo cuando lo compró la empresa dueña de WordPress, el principal editor de blogs del mundo.

Hace ya media década se popularizó un artículo que explicaba el fenómeno de las redes bajo el título Status as a service.

Su argumento principal es que estamos tan desesperados por ser reconocidos, que lo damos todo por la exposición y los potenciales likes. El problema de las nuevas tecnologías y los nuevos modelos de negocios es que ellos pueden cambiar, pero los humanos seguiremos siendo los mismos.

 

Sonia Jalfin

Directora de Sociopúblico

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